Un monólogo interior en una carta que tal vez nadie lea escrita en un edificio en llamas.
A quien le pueda interesar.
¿A quién le puede interesar esta carta
dirigida a nadie y que se quemará pronto? Ya huelo a chamusquina. Todos
carbonizados, chimpún.
Si te gusta escribir, sabes que vas a
palmarla y te pones a escribir.
Me bebería un cava fresquito, pero no hay.
¿Cómo va a haber si estamos en una oficina? A quien le pueda interesar le diré
que vaya final más tonto. Aunque para tonto, mi compañero Andreu, que se ha
metido en un armario a llorar. Dicen que cuando ves que tu final es cercano, tu
vida pasa por tu mente como una película. No es cierto. Sé que voy a palmarla y
lo que quiero es comerme una coca de Llavaneras con piñones y tomarme una copa
de cava. Sin más.
Tal vez no tenga consciencia de que voy a
morir, de hecho creo que al final se obrará un milagro y alguien me rescatará
de alguna manera. El teléfono no funciona y la salida de emergencia se ha
bloqueado, sube tanto humo por ella que es más peligroso acercarse que dejarse
morir. En todo este drama, viene mi jefa pisando fuerte y se inclina, sinuosa,
hacia Roure. «Te deseo desde el día en que te hice la entrevista. Ven a mi
despacho y hazme el amor», le ha espetado a bocajarro delante de toda la
plantilla en silencio sepulcral.
«Estoy casado y no tengo ninguna intención
de traicionar a mi mujer», le responde Roure ante nuestra mirada atónita. «¿De
qué estás hablando? ¡Vamos a morir todos! ¿Se te ocurre una manera mejor de
morir?». El pavo de Roure sigue en sus trece y la jefa se encierra,
avergonzada, en su despacho y se corta las venas con unas tijeras.
Tal vez debería tomarme la muerte con más
seriedad, pero me entra la risa floja cuando veo a mis compañeros tan derrotados.
De pronto, aparece Wonderwoman al otro
lado de la ventana, encajada en un arnés y colgada de una cuerda que baja desde
la azotea mediante una polea. Con la mano izquierda se agarra a la cuerda y con
la derecha saca un rompecristales y agujerea la ventana, al tiempo que me dice:
«Matías, deja de escribir y agárrate a mí, que nos vamos». Reconozco su voz, es
la buenorra de Eurosiesta, la empresa del décimo piso. A veces las
oportunidades las pintan calvas y otras veces en forma de maciza. Así que,
comprenderán ustedes que acabe aquí mi epístola. Tengo cosas que hacer.
¡Adiosito!
Matías Galí
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