jueves, 30 de abril de 2015

Relato inspirado en una frase hecha.



Que si quieres arroz, Catalina

Todo empezó el día en que pillé a mi vecina Catalina haciéndome un repaso en el ascensor. Como si sus ojos fueran un escáner analizaban todos los detalles de mi anatomía y mi atuendo. Me molestaron sus malos modales y le dije:

―¿Qué pasa?

―Haces buena cara. ¿Has hecho arroz?

Claro que había hecho arroz. Es mi especialidad. A nadie le sale el arroz tan bueno como a mí. Y no sé qué me pasa que desde que salgo con el yogurín de Paul mi arroz es insuperable.

Ella me estuvo contando las bondades de su Thermomix. Parece ser que se trata de un robot que hace la comida. Vas echando los ingredientes y el robot sabe cómo tiene que procesarlos. A mí que me perdonen, pero donde esté el fuego y las cazuelas de hierro, que se quiten las máquinas. Desde aquel día Catalina no paró de insistirme en que comprara una Thermomix, que todo el mundo que la tenía estaba encantado y no sé cuántas bondades más. Creo que estaba pendiente de mí y que cuando me oía salir de casa ella también salía sólo para preguntarme si ya me la había comprado. Y yo le decía que no, y para provocarla le decía que había hecho un arroz que me había salido de escándalo. Ella me lanzaba una mirada impregnada de envidia, pero a mí me daba igual, porque me encanta mi nuevo novio y cómo me sale el arroz.

Entonces un día vi a Catalina charlando con una vecina que acababa de trasladarse a nuestra escalera. Saludé y no me devolvió el saludo, pero no le di importancia. Mientras llegaba el ascensor pude escuchar la conversación que mantenían: estaban hablando con fruición de la Thermomix. Por lo visto la nueva vecina también tenía una y aparentemente tenían mucho que comentar.

Desde aquel día Catalina dejó de estar pendiente de mí y, no sólo eso, sino que dejó de saludarme. Sólo vivía por nuestra nueva vecina e ignoraba mis saludos. Por más que intentaba llamar su atención, nada, que si quieres arroz, Catalina.

La verdad es que me molestaba que me ignorara, me gustaba más cuando la ignoraba yo. 

Y un día decidí tomar cartas en el asunto y me compré una Thermomix. Compré todos los avíos para preparar un arroz y me dispuse a invitarla. Estuve pendiente de sus llegadas y salidas, pero no fue hasta que salió a tirar la basura por la noche que la encontré. Salí al balcón y le grité:

―¡Catalina! ¡Catalina!

Y no me respondió.

Seguí llamándola insistentemente, rompiendo en el silencio de la noche, hasta que una voz masculina me gritó con sorna cruel:

―¡Que si quieres arroz, Catalina! 

lunes, 20 de abril de 2015

Relato perturbador



Sentada sobre una piedra, junto el río, Aurora contemplaba el curso del agua y añoraba a su difunto esposo, Tomás. Durante casi cuarenta años, todas las mañanas le despertó con un «hola, guapa» que le insuflaba energía para toda la jornada. Fue un marido atento y su pérdida le producía una soledad terrible.
Aquélla era una tarde de verano y el sol se filtraba entre las hojas brillantes de los álamos en aquel paraje tranquilo.
De regreso a casa, entre el camino y el río, encontró un cesto de mimbre cubierto con un delicado mantel ribeteado de encaje. Todavía no era temporada de setas, por lo que alguien habría olvidado su merienda. Se acercó al cesto, retiró el mantel y lo que vio le hizo dar un brinco hacia atrás.
Dentro del delicado cesto había una cabeza humana.
Con el corazón proyectando ráfagas de pulsaciones se volvió a acercar al cesto para intentar identificar aquella cabeza y vio que había pertenecido a un hombre joven y bien parecido. Muy bien parecido. Era la viva imagen de Elvis Presley en sus mejores tiempos. ¡Qué guapo era! Todavía con el corazón acelerado lo contempló y, de pronto, Elvis abrió los ojos y le dijo: «hola, guapa».
Conmovida, asió el cesto y se lo llevó a casa mientras la cabeza cantaba Are you lonesome tonight. No se lo diría a nadie. Quería pasar el resto de su vida acompañada.