Relato erótico
Amor en Fillmore
Bryan recordaba
perfectamente el primer día que se cruzaron sus miradas. Fue en el instituto, durante
una clase de trigonometría. Kim era una alumna brillante cuya única ambición
era convertirse en cantante de Jazz. El joven recibió con sorpresa aquella
mirada pícara y se dio cuenta de que le gustaba a la futura estrella.
Kim soñaba con aquel
chico tímido de mirada trémula, pero limpia. Procuraba sentarse en las filas
posteriores de la clase y observaba los hombros del atlético Bryan, su nuca
despejada, su temperamento pausado, reflexivo y sensible y su perfil delicado. Se
sentía indeclinablemente atraída por aquella misteriosa intangibilidad de aquel
muchacho que no respondía a sus tímidos atrevimientos.
Bryan, en cambio, notaba
cómo hervía su cuerpo en las clases de gimnasia, cuando veía al popular Max
saltar el potro, correr hasta la extenuación y empapar de sudor su camiseta
ajustada. Observaba cómo las gotitas le iban resbalando desde su sien hasta la
mandíbula y cómo éstas caían en el suelo del gimnasio, como lluvia divina.
Contemplaba su musculatura, sus bíceps prominentes y entreveía unos pectorales
en los que se moría en silencio por acurrucarse. Soñaba con besar aquellos
labios gruesos que habían besado tantos otros femeninos y, de no ser porque
tenía la completa seguridad de que le partiría la cara, le habría dicho que
tenía los ojos más bonitos que había visto nunca y que lo amaba con una ternura
y admiración tan reprimidas como infinitas.
Llegó el día de fin de
curso y Kim amenizó la fiesta con su aterciopelada voz. Recurrió al repertorio
de Dinah Washington y de Etta James y embelesó al público con su sinuosa
compostura y con la sensualidad que rezumaba durante su actuación. Max,
conocedor del amor de la joven hacia Bryan, animó a éste a hablar con ella cuando
acabara el concierto. Bryan la observó
detenidamente. Su belleza, su elegancia, su dulzura y su sex appeal eran verdaderamente indiscutibles, incluso al hacer el
gesto cotidiano de acercarse un vaso de agua a los labios. Llevaba un vestido
ajustadísimo que resaltaba un cuerpo escultural que aún no había iniciado la
lucha contra la gravedad.
Kim le dedicó para sus
adentros la canción At last, y tal
vez todas cuantas cantó aquel día, y Bryan quiso desear a aquel bellezón; sin
embargo, era con Max con quien necesitaba fundir su cuerpo. Besar su cuello,
acariciar su espalda hasta donde pierde su nombre, enredar los dedos por su
pelo ondulado: eso era lo que deseaba. La noche acabó como todas: en su más absoluta
angustia, frustración y soledad.
Habían pasado treinta
años desde entonces. Nunca más supo de Max, aunque a veces lo recordaba. Un mes
de julio tuvo que ir a San Francisco por trabajo y coincidió con el festival de
Jazz Filmore. Leyó el programa en el San Francisco Chronicle y allí estaba
ella: Kim Nalley. Venía su foto en el periódico. A sus cuarenta y cinco años
seguía siendo una mujer arrebatadora. Conservaba la chispa en su mirada y, si
bien su apostura se había redondeado, conservaba aquella insólita mezcla de
elegancia y sensualidad que no había conocido en ninguna otra persona. Bryan se
mezcló entre los cientos, tal vez un millar de espectadores que la escuchaban
bajo el sol abrasador. Las caderas rollizas de Kim se contoneaban con lentitud
y sensualidad. Llevaba un vestido negro ajustado y escotado que dejaba asomar
un canalillo inexistente en la época estudiantil, unos hombros redondeados y
unos brazos que se balanceaban con gracejo. Sus labios seguían siendo carnosos
y su voz había ganado con el tiempo. Era una estrella rutilante.
¿Y si lo probaba, al
menos una vez? No había podido tener peor suerte en el amor. ¿Y si no era
demasiado tarde? Al fin y al cabo, si existía una mujer capaz de hacerle sentir
algo, era ella, desde luego. En un momento del concierto los ojos de Kim se
cruzaron con los de Bryan y ella le regaló una mirada como aquélla de la clase
de trigonometría. Tal vez los recuerdos se agolparon en su corazón y, por
segunda vez, le dedicó para sus adentros At
last.
Bryan se acercó a ella al
finalizar el concierto, como otras decenas de seguidores incondicionales, y
ella lo abrazó afectuosamente y le presentó a su pareja, Bárbara.