viernes, 22 de febrero de 2013



Relato erótico
Amor en Fillmore                                                                                    

Bryan recordaba perfectamente el primer día que se cruzaron sus miradas. Fue en el instituto, durante una clase de trigonometría. Kim era una alumna brillante cuya única ambición era convertirse en cantante de Jazz. El joven recibió con sorpresa aquella mirada pícara y se dio cuenta de que le gustaba a la futura estrella.
Kim soñaba con aquel chico tímido de mirada trémula, pero limpia. Procuraba sentarse en las filas posteriores de la clase y observaba los hombros del atlético Bryan, su nuca despejada, su temperamento pausado, reflexivo y sensible y su perfil delicado. Se sentía indeclinablemente atraída por aquella misteriosa intangibilidad de aquel muchacho que no respondía a sus tímidos atrevimientos.
Bryan, en cambio, notaba cómo hervía su cuerpo en las clases de gimnasia, cuando veía al popular Max saltar el potro, correr hasta la extenuación y empapar de sudor su camiseta ajustada. Observaba cómo las gotitas le iban resbalando desde su sien hasta la mandíbula y cómo éstas caían en el suelo del gimnasio, como lluvia divina. Contemplaba su musculatura, sus bíceps prominentes y entreveía unos pectorales en los que se moría en silencio por acurrucarse. Soñaba con besar aquellos labios gruesos que habían besado tantos otros femeninos y, de no ser porque tenía la completa seguridad de que le partiría la cara, le habría dicho que tenía los ojos más bonitos que había visto nunca y que lo amaba con una ternura y admiración tan reprimidas como infinitas.
Llegó el día de fin de curso y Kim amenizó la fiesta con su aterciopelada voz. Recurrió al repertorio de Dinah Washington y de Etta James y embelesó al público con su sinuosa compostura y con la sensualidad que rezumaba durante su actuación. Max, conocedor del amor de la joven hacia Bryan, animó a éste a hablar con ella cuando  acabara el concierto. Bryan la observó detenidamente. Su belleza, su elegancia, su dulzura y su sex appeal eran verdaderamente indiscutibles, incluso al hacer el gesto cotidiano de acercarse un vaso de agua a los labios. Llevaba un vestido ajustadísimo que resaltaba un cuerpo escultural que aún no había iniciado la lucha contra la gravedad.
Kim le dedicó para sus adentros la canción At last, y tal vez todas cuantas cantó aquel día, y Bryan quiso desear a aquel bellezón; sin embargo, era con Max con quien necesitaba fundir su cuerpo. Besar su cuello, acariciar su espalda hasta donde pierde su nombre, enredar los dedos por su pelo ondulado: eso era lo que deseaba. La noche acabó como todas: en su más absoluta angustia, frustración y soledad.
Habían pasado treinta años desde entonces. Nunca más supo de Max, aunque a veces lo recordaba. Un mes de julio tuvo que ir a San Francisco por trabajo y coincidió con el festival de Jazz Filmore. Leyó el programa en el San Francisco Chronicle y allí estaba ella: Kim Nalley. Venía su foto en el periódico. A sus cuarenta y cinco años seguía siendo una mujer arrebatadora. Conservaba la chispa en su mirada y, si bien su apostura se había redondeado, conservaba aquella insólita mezcla de elegancia y sensualidad que no había conocido en ninguna otra persona. Bryan se mezcló entre los cientos, tal vez un millar de espectadores que la escuchaban bajo el sol abrasador. Las caderas rollizas de Kim se contoneaban con lentitud y sensualidad. Llevaba un vestido negro ajustado y escotado que dejaba asomar un canalillo inexistente en la época estudiantil, unos hombros redondeados y unos brazos que se balanceaban con gracejo. Sus labios seguían siendo carnosos y su voz había ganado con el tiempo. Era una estrella rutilante.
¿Y si lo probaba, al menos una vez? No había podido tener peor suerte en el amor. ¿Y si no era demasiado tarde? Al fin y al cabo, si existía una mujer capaz de hacerle sentir algo, era ella, desde luego. En un momento del concierto los ojos de Kim se cruzaron con los de Bryan y ella le regaló una mirada como aquélla de la clase de trigonometría. Tal vez los recuerdos se agolparon en su corazón y, por segunda vez, le dedicó para sus adentros At last.
Bryan se acercó a ella al finalizar el concierto, como otras decenas de seguidores incondicionales, y ella lo abrazó afectuosamente y le presentó a su pareja, Bárbara.