Continuación de la historia del retrato de Hopper desde el punto de vista de Ray, el camarero
I’m in love again
Hay días que me siento Ray y días que me
siento Raimundo. Y días, como hoy, que empiezo sintiéndome Ray y acabo
sintiéndome Raimundo.
Llevo casi cuarenta años en Estados Unidos
y he vivido la ley seca, el crack del 29, la segunda guerra mundial y siete
presidentes. Canto boleros como los ángeles mulatos, toco la trompeta mejor que
Louis Armstrong, nunca olvido una cara y no hay mujer que se me resista, a
pesar de que hace años que peino canas. Y, además, soy cubano.
Calé a Brenda desde que puso un pie en el
bar. Esta chica tiene unas carencias afectivas sobrehumanas y el listo de Joe
lo sabe y se aprovecha. ¡El listo de Joe! Lo veía engatusar a la policía en los
clubs de jazz de los años veinte, les ofrecía una comisión de los pingües
beneficios que le generaba la venta clandestina de whisky y así empezó a amasar
su fortuna. Otra cosa no, pero de embaucar sabe un rato. Sabe cómo tener a
Brenda a sus pies, le promete el oro y el moro y luego se va y vuelve cuando
quiere y ella, al día siguiente de su cita vuelve a este bar donde inicia su
despedida con este mafioso sin escrúpulos, tal vez en un intento frustrado de
mantener viva las sensaciones de falso amor. Y lo peor es que él siempre
vuelve.
No obstante, hoy quien me ha tenido en
vilo ha sido este detective. Ayer me dejó mosca, tan aparentemente metido en su
mundo, pero que volviera hoy… es muy sospechoso. Brenda está en un lado de la
barra y el detective en la otra, pero no en el lugar de ayer, sino en un
extremo, desde donde tiene total visibilidad. Puedo oler su Colt en el bolsillo
interior de su americana y por la manera en que mira a Brenda, sé que la mujer
del mafioso le ha dado un buen fajo de dólares para que liquide a la pobre
muchacha. Si ella se siente sola, este pendejo es el epítome de la soledad.
Ray haría ver que escucha la radio
desvencijada, pero Raimundo tiene que hacer algo. No puede ser, este tío no
puede acabar con la vida de una desgraciada como Brenda. En la radio suena I’m in love again, de Cole Porter y a la
chica se le humedecen los ojos mientras remueve el café que apenas ha probado,
seguro que esta canción le recuerda a algún momento de amor con el sátiro ése. Y
a mí se me van los pies. No puedo quedarme quieto y mientras mis manos secan
las tazas, mis pies me trasladan a mis años de gloria y mi cuerpo se deja
llevar por el ritmo de aquella canción que se ha expandido por el país como una
epidemia.
Me acerco al detective y le cuento una
historia que pasó en Las Vegas en 1923. Un sicario se estaba afeitando una
mañana cuando el espejo le devolvió la mirada más triste que se recordaba. No
era casualidad, la espiral de homicidios en la que había entrado empezaba a
dejarle huella. Aquel día debía matar a una mujer adúltera por encargo de su
celoso marido. Había estudiado todos sus movimientos y sabía cuál era el
momento óptimo para hacerlo. Sin embargo, al acercarse a ella vio la mirada que
le había mostrado su espejo aquella mañana y pensó que la vida iba a ser mucho
mejor con aquella mujer a su lado. Acabaron juntos y la vida mejoró
sustancialmente porque nunca más se sintieron solos.
Ahí acabé la historia. Apretó los labios
en un gesto de reflexión y miró a la joven Brenda, que dejaba unos céntimos y
más de la mitad de la taza de café. Antes de que saliera del bar la señalé con
el mentón mientras miré a los ojos tristes de aquel detective, sugiriéndole con
ese gesto que no dejara escapar a la joven.
—Ve a buscarla, pendejo —le dije.
¡Demonios! Creo que me gusta más cuando
soy Raimundo, el cubano. Inventando historias soy casi tan bueno como tocando
la trompeta.
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