miércoles, 22 de mayo de 2013


Continuación de la historia del retrato de Hopper desde el punto de vista de Ray, el camarero 

I’m in love again                                                                                  

Hay días que me siento Ray y días que me siento Raimundo. Y días, como hoy, que empiezo sintiéndome Ray y acabo sintiéndome Raimundo.

Llevo casi cuarenta años en Estados Unidos y he vivido la ley seca, el crack del 29, la segunda guerra mundial y siete presidentes. Canto boleros como los ángeles mulatos, toco la trompeta mejor que Louis Armstrong, nunca olvido una cara y no hay mujer que se me resista, a pesar de que hace años que peino canas. Y, además, soy cubano.

Calé a Brenda desde que puso un pie en el bar. Esta chica tiene unas carencias afectivas sobrehumanas y el listo de Joe lo sabe y se aprovecha. ¡El listo de Joe! Lo veía engatusar a la policía en los clubs de jazz de los años veinte, les ofrecía una comisión de los pingües beneficios que le generaba la venta clandestina de whisky y así empezó a amasar su fortuna. Otra cosa no, pero de embaucar sabe un rato. Sabe cómo tener a Brenda a sus pies, le promete el oro y el moro y luego se va y vuelve cuando quiere y ella, al día siguiente de su cita vuelve a este bar donde inicia su despedida con este mafioso sin escrúpulos, tal vez en un intento frustrado de mantener viva las sensaciones de falso amor. Y lo peor es que él siempre vuelve.

No obstante, hoy quien me ha tenido en vilo ha sido este detective. Ayer me dejó mosca, tan aparentemente metido en su mundo, pero que volviera hoy… es muy sospechoso. Brenda está en un lado de la barra y el detective en la otra, pero no en el lugar de ayer, sino en un extremo, desde donde tiene total visibilidad. Puedo oler su Colt en el bolsillo interior de su americana y por la manera en que mira a Brenda, sé que la mujer del mafioso le ha dado un buen fajo de dólares para que liquide a la pobre muchacha. Si ella se siente sola, este pendejo es el epítome de la soledad.

Ray haría ver que escucha la radio desvencijada, pero Raimundo tiene que hacer algo. No puede ser, este tío no puede acabar con la vida de una desgraciada como Brenda. En la radio suena I’m in love again, de Cole Porter y a la chica se le humedecen los ojos mientras remueve el café que apenas ha probado, seguro que esta canción le recuerda a algún momento de amor con el sátiro ése. Y a mí se me van los pies. No puedo quedarme quieto y mientras mis manos secan las tazas, mis pies me trasladan a mis años de gloria y mi cuerpo se deja llevar por el ritmo de aquella canción que se ha expandido por el país como una epidemia.

Me acerco al detective y le cuento una historia que pasó en Las Vegas en 1923. Un sicario se estaba afeitando una mañana cuando el espejo le devolvió la mirada más triste que se recordaba. No era casualidad, la espiral de homicidios en la que había entrado empezaba a dejarle huella. Aquel día debía matar a una mujer adúltera por encargo de su celoso marido. Había estudiado todos sus movimientos y sabía cuál era el momento óptimo para hacerlo. Sin embargo, al acercarse a ella vio la mirada que le había mostrado su espejo aquella mañana y pensó que la vida iba a ser mucho mejor con aquella mujer a su lado. Acabaron juntos y la vida mejoró sustancialmente porque nunca más se sintieron solos.

Ahí acabé la historia. Apretó los labios en un gesto de reflexión y miró a la joven Brenda, que dejaba unos céntimos y más de la mitad de la taza de café. Antes de que saliera del bar la señalé con el mentón mientras miré a los ojos tristes de aquel detective, sugiriéndole con ese gesto que no dejara escapar a la joven.

—Ve a buscarla, pendejo —le dije.

¡Demonios! Creo que me gusta más cuando soy Raimundo, el cubano. Inventando historias soy casi tan bueno como tocando la trompeta.

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