lunes, 31 de diciembre de 2012

Restaurante BSN Barcelona Salerno Nápoles


¡Es adictivo! 

Situado en el tramo probablemente más aburrido de la calle Galileo, es un restaurante no para probar, sino para recrearse. Es cierto que el interior no es cálido, ni sofisticado, ni especialmente acogedor, no obstante, la calidez de Manuela, la italiana que asegura que desde el primer al último cliente estén satisfechos desde el minuto cero, solapa cualquier carencia decorativa (aunque el local está limpio y ordenado). Pero el verdadero disfrute inicia cuando empiezan a llegar los platos a la mesa. Se trata de cocina italiana, sí, tradicional, sí, pero siempre, siempre, con un toque creativo moderno, con pasta hecha en casa y con ingredientes de calidad y en muchísimas ocasiones traídos directamente de italia. Es por ello que unos simples parpadelle al pesto adquieren el toque especial de SNB y no voy a desvelar detalles. Hay una carta magnífica y, además, siempre tienen cinco o seis platos del día que recomiendo muchísimo probar, especialmente todo aquello que contenga la palabra "canutillo" o "cucurucho". Algo que me llama la atención es la memoria de Manuela: sabe qué vino me gusta y qué postre le gusta a mi madre desde nuestra segunda visita. Los tiempos de espera son razonables, aunque el restaurante esté hasta la bandera y a veces nos ha acogido a pesar de llegar muy tarde y estar a punto de cerrar la cocina. SNB es un restaurante que vale muchísimo más de lo que cuesta... y que es tan bueno... ¡que debería estar prohibido!

martes, 18 de diciembre de 2012



Una frase en Navidad                                             

  
      Lo que más le gusta a la pequeña Rita es alimentar al Tió con mandarinas, acercar los Reyes al Portal un poquito cada día y abrir una casilla en su calendario de adviento para comer la chocolatina que ésta contiene.

    Todos los años a partir de la Castanyada, Rita acumula piñas, ramitas, flores secas, hojas y corchos que encuentra por el bosque y los guarda en un cesto para disponer un belén siempre mejor que el del año anterior. Su madre le acerca la caja que contiene todas las figuras y las va desenvolviendo una a una.
      Mientras, Rita cubre el tablero con arena y piedras y coloca placas de corcho formando un establo. A continuación, La niña prepara un colchón de hojas y flores y agujas de pino.>>, la cubre con una tela de algodón y coloca en ella al Niño Jesús, a su lado a la Virgen María y a su otro lado, a San José.
      Su madre la mira orgullosa, Rita es una niña detallista, sensible y cuidadosa. Aparta dos figuras del resto y las tira a la basura.
      —Mamá, ¿dónde están el buey y la mula?
      —El Papa ha dicho que no existieron y no hay que ponerlos más.
      Pero Rita había visto dibujos de la Virgen llegando a Belén subida en una mula y las palabras de aquel anciano alemán no le convencían. Además, sabía que uno de los cometidos de aquellos animales era dar calor en la noche fría, así que espera que sus padres se duerman y hurga en la basura. Allí estaban. Los coloca en el establo y los esconde bajo un bloque de musgo.
      Ahora el Niño está calentito y la Virgen no tendrá que caminar. Respira tranquila y se va a dormir, no sin antes comprobar si el Tió se ha comido la mandarina mientras esperaba para escabullirse. Efectivamente. Le da un besito al tronco y vuelve a su cama a dormir.

      

Chochard y Richelieu    
                                                                                                                              
         El camarero descorchó la botella de Roederer Cristal delante de Yves Clochard, que había cerrado el acuerdo de su vida con tanta astucia como cicatería. Su maletín contenía un contrato y 200.000 euros en efectivo. En el lobby del Ritz, en la Plâce Vendôme, el ejecutivo degustaba satisfecho y orgulloso aquel champagne recostado en el sillón. Sus zapatos Berlutti brillaban tanto como el aguanieve que caía en el exterior.

         Copa a copa, Yves acabó la botella, pagó la consumición, asió el maletín, salió del hotel y contempló el escaparate de la joyería Van Cleef and Arpels. Pensó en comprar una joya a Nadine, su siempre insatisfecha esposa, pero decidió volver con ella después de una noche en el Ritz y que ella escogiera la joya que quisiera. A partir de aquel día, trabajaría por placer, no por obligación. La vida en rosa era un hecho. Cruzó el puente de la Concorde hasta la Plâce de la Madeleine, y allí, en Fauchon, compró medio kilo de jamón ibérico Joselito recién cortado y una botella de Château d’Yquem. Aquel día no se privaría de nada.

         Pierre Richelieu era un vagabundo carismático y misterioso que mendigaba y a veces cantaba baladas en el puente de la Concorde. Conocía y saludaba a los habituales y siempre tenía preparadas para ellos unas palabras amables. Con su simpatía y elocuencia, se había ganado el respeto de los vecinos e incluso de los gendarmes, para los que ocasionalmente hacía algún «trabajillo». Se hallaba contando unos céntimos de euro cuando no pudo evitar fijarse en unos zapatos  elegantes que pasaron por delante, sin advertir su invisible existencia. Sin duda eran carísimos, aunque el portador adolecía de la clase necesaria para que semejante calzado luzca adecuadamente y, sólo por curiosidad y exceso de tiempo libre, decidió seguirle.

         Esperó a que saliera de Fauchon y lo siguió hasta Maxim’s. Yves dejó el maletín en el suelo para poder sonarse mientras leía el menú en la puerta del restaurante y Pierre, aunque no era ladrón, no  pudo resistirse, agarró el maletín y salió deprisa, sin correr, pero difuminándose entre una marea de turistas y oriundos. Cuando Yves fue a coger el maletín y comprobó que éste había desaparecido, sintió una punzada en el corazón. No era necesario buscar entre la marabunta  que concurría la rue Royale: estaba en la ruina.

         Pierre Richelieu no daba crédito a lo que veían sus ojos y tocaban sus dedos fríos. Aquello no estaba bien, pero, ¡demonios! Ya era hora de que llegara un golpe de suerte. A groso modo calculó que habría más de 150.000 euros y rápidamente hizo números. Necesitaba, urgentemente, la mitad de aquel importe para adecentarse, procurarse un techo digno a las afueras de París, sobrevivir hasta encontrar un empleo e intentar recuperar a Nadine, la mujer a la que siempre amó. Le constaba que nunca le había olvidado y que no lograba ser feliz con su marido triunfador. Retiró la mitad del dinero y buscó al hombre de los Berlutti, pero sólo encontró los zapatos, junto a la baranda del río.

         Yves Clochard,  devorado por la desesperación, se lanzó desde el puente. Una mujer fue testigo del suicidio y lanzó un grito, que se fue alimentando de gritos de otras personas. Una lancha de la policía logró rescatar con vida al empresario. Al llevarlo a la orilla, Pierre Richelieu le acercó los zapatos y el maletín. Yves lo abrió y comprobó aliviado que todavía contenía dinero y, sobre todo, el contrato.

         «Pierre, no sé qué haríamos sin ti», le dijo el gendarme.

Mirrors

Santi, mi compañero de trabajo, llevaba tiempo recomendándome el resturante Mirrors, en el hotel que lleva su nombre. 
El entorno es blanco y pijín y la comida "no está mal", aunque tampoco está para tirar cohetes. Sólo un plato, la crema de parmesano con sopa de cebolla chipirones y calamares estaba francamente deliciosa. El resto de platos, pasables. Me dejé casi medio plato de arroz, que estaba saladísimo, y no me acabé el bacalao, que estaba un poco crudo. 
Eso sí, el cava Reina María Cristina, de Codorniu, estaba para perderse en sus burbujas. 
Hay menú degustación de 45€, con maridaje incluido. No obstante, no creo que repita. 


Aperitivo: consomé al hinojo con huevo de codorniz y erizo de mar, mejillón Mirrors y croqueta de jamón 


Crema de parmesano con sopa de cebolla, chipirones y calamares: exquisita

Pan




Chipirones con habitas 



Arroz con setas y langostinos 


Bacalao con uvas y manzana (lástima, estaba un poco crudo) 


Fondant de trufas con helado de toffe


Galleta de regaliz, macarrón de melocotón, gominola de lichi y bombón de fresa