Soy una fiera
Bellania,
mi tercera mujer, no paraba de darme la matraca con eso de que quería pasar una
temporada en un lugar tranquilo, con menos asfalto y más silencio. Como sé que
no voy a encontrar otra mujer que sea más guapa y que anteponga mi dinero a
denunciar mis métodos poco éticos para ganarlo, accedí. Nos mudamos a Halton
Hills, en Ontario.
Sí,
sí, lo que queráis. Es un lugar muy apacible y fotogénico, pero yo soy un
hombre de acción y esto de que todos los días sean iguales, todos los días se
vean las mismas caras y nunca pase nada interesante a veces me supera. Cogería
el rifle y me liaría a tiros con todo. Permitidme que me presente. Me llamo
Ronald Trush, soy americano y republicano y mi sueño es presidir la Asociación
Nacional del Rifle, aunque una pitonisa una vez me dijo que llegaría a ser
presidente de los Estados Unidos.
Aquí,
en Halton Hills, como Bellania me conoce y sabe que soy un hombre de acción, de
vez en cuando me prepara el equipamiento para ir a cazar. Las perdices ya no
tiene ningún interés para mí. Bueno, por el rollo de la puntería, pero nada
más. Lo de los renos y arces está mejor, pero ahora, lo que me mola, es cazar
crías de osos. Las madres se vuelven locas cuando disparo a sus crías y es un
espectáculo verlas llorar. Ayer mismo vi a una madre osa jugar con su cría y
disparé. ¡Qué puntería! Me cargué al pequeño oso a la primera. ¡Ríete, Clint
Eastwood!
Por
alguna razón, los intentos de Bellania de establecer una amistad con los
vecinos, dos escoceses que vivían en la
finca de al lado, no había prosperado. A mí no me gustan los escoceses en
general. ¿Qué clase de hombres llevan falda? Los mismos que cuando llegan de
trabajar cuidan su jardín. Cuando desde las habitaciones de arriba veo a Bill regando, podando y aclarando las plantas se me caen los
testículos al suelo. ¡Será nenaza! Lo que me costó convencerlo para que se
comprara un rifle, aunque sea para defenderse si un animal entra en su casa. Si
bien Bellania dice que nuestros vecinos son muy buenas personas, a mí me
parecen muy raros, no han querido aceptar ninguna invitación a nuestra casa, aunque
la escocesa, una tal Dorothy, se lleva aparentemente bien con mi mujer. Por lo
menos ella sí que es una mujer como Dios manda, que no trabaja para poder cuidar
a su hijo en condiciones.
Tienen
un bebé. Por lo visto a la pelirroja le costó quedarse preñada. Ya lo digo yo,
los hombres con falda no son hombres de verdad. De vez en cuando lo sacan al
jardín, para que le dé el aire. Desde que aprendió a gatear me va muy bien para
afinar mi puntería a través del mirador de mi rifle.
Hoy
es domingo. Bellania esta mañana se estaba arreglando para ir a misa. Los
escoceses, que nunca van a la iglesia, estaban desayunando. Hacía un día
precioso y el pequeño gateaba por el césped. De pronto he visto que los
arbustos se movían y ellos también lo han visto, pero no se han inmutado,
porque no veían lo mismo que yo desde arriba: la osa de ayer estaba entrando en
casa de los vecinos. Me fui a buscar el rifle y, cuando volví a la ventana, lo
que vi me dejó perplejo. La osa jugaba con el pequeño igual que ayer jugaba con
su hijo. El pequeño se deslizaba por su lomo como si fuera un tobogán, mientras
Dorothy apuntaba con el rifle y el niñato del marido miraba la escena atónito.
Parecía que les gustaba lo que estaban viendo. ¿A qué esperaba a disparar? Sólo
oía las risas del pequeño.
No
dudé. Un disparo certero acabó con el juego y con la vida de la osa, que se
desplomó en el jardín. El pequeño Willy, asustado por el ruido, rompió a
llorar. Bill se avalanzó para coger en brazos a su hijo, Dorothy seguía
sosteniendo el rifle y yo grité desde mi habitación:
—¡De
nada!
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