jueves, 10 de diciembre de 2015

Relato en el que hay que cometer un merecido asesinato



La cena de los psicópatas

 

Néstor, el sempiterno delegado de clase, nos convocó, una vez más, a todos los compañeros de promoción. Es un detalle por su parte, desde luego, porque tiene mérito organizar este encuentro en su casa desde hace más de veinte años, coincidiendo con la castañada.

En general, salvo cataclismo, acudimos a sus convocatorias y él nos restriega por la cara lo feliz que es siendo, todavía, el soltero de oro. Los demás nos hemos casado, algunos nos hemos divorciado y una sigue soltera: Ágata. Y no nos sorprende a nadie, porque es una plasta de mucho cuidado. Menos mal que soy un hombre equilibrado y sensato, porque de lo contrario la enviaría a freír espárragos. El problema es que como Néstor es quien organiza el encuentro y lo hace siempre en su casa, nos da apuro pedirle que la excluya de estas reuniones. En fin, una vez al año no hace daño.

A mí nada me irrita, excepto las faltas de ortografía, la ausencia de coma delante del vocativo y los gerundios de falsa continuidad. Por lo demás soy una persona moderada.

Ágata tiene una voz estridente que se introduce por el oído como un punzón y se clava en las meninges produciendo un terrible eco. Sólo habla de banalidades y tiene una coletilla insoportable que repite al acabar cada oración simple: «¿me entiendes? ¿me entiendes? ¿me entiendes?». Así todo el rato. Suerte que soy un hombre comedido y reprimo mis respuestas.

Todos evitamos sentarnos con ella, pero, claro, a dos de nosotros nos toca tenerla cerca y arriesgarnos a que nos reviente el tímpano en alguna de sus intervenciones, por cierto, frecuentes. Menos mal que a mí lo único que me irrita son los perros que ladran sin parar, los vecinos que dejan la puerta abierta, los jóvenes que reposan sus pies en el asiento delantero del tren o del autobús y los debates de la televisión. Por lo demás, soy una persona moderada. Aunque mi exmujer piense lo contrario.

Pues bien, este año Ágata insistió hasta el aborrecimiento en que, en lugar de castañada, viniéramos disfrazados de Halloween. Yo tolero todo menos las fiestas extranjeras: Saint Patrick, San Valentín, el Black Friday, los baby showers… ¿qué será lo próximo? ¿Acción de gracias? En fin,  Ágata estaba pesada como una mula y accedimos a disfrazarnos. Yo tolero todo menos los tatuajes y los disfraces, por lo demás soy un hombre moderado, pero por no oírla fui a una tienda de éstas de preparar fiestas, me compré una sierra de plástico y me puse la bata blanca que me pongo en las consultas de mis pacientes. Con un poco de salsa de tomate conseguí que pareciera salpicada de sangre y al mirarme en el espejo del recibidor pensé que si no supiera que soy una persona tan moderada, a pesar de que mis psiquiatras no piensen lo mismo, hasta podría parecer un psicópata.

Aunque llegué puntual, los bandidos de mis amigos habían llegado antes y se habían ido sentando juntos, abortando cualquier posibilidad de tener cerca a la insoportable Ágata. Aquello era un cromo, todos vestidos de majaras. Entonces llegó ella, el epítome de las psicopatías, vestida de novia cadáver. Acababa de llegar de unas vacaciones en Roma. ¡Oh, Roma! ¡Qué fuerte! Vives al límite, chata.

Sus ganas de contar los pormenores del viaje eran inversamente proporcionales  a las mías de escucharlos, pero ella insistía y me preguntaba agarrando mi brazo para acaparar mi atención: «¿me entiendes? ¿me entiendes? ¿me entiendes?». Yo miraba a Néstor con mensajes de auxilio, porque él siempre sabe cómo actuar, pero ella seguía agarrando mi brazo y hablando sin parar. Yo tolero todo menos los berridos y que me toquen para retener mi atención, y me importa un bledo lo que piensen los demás, así que, después de dos horas de tortura, Néstor me dio una pala de hierro y me preguntó: ¿te la cargas tú o me la cargo yo?

Como soy un hombre sensato y no quería arruinar la noche, les pedí a Ágata y a Néstor que me acompañaran al jardín trasero a buscar troncos para la chimenea y, una vez allí, de un golpe y en presencia de Néstor, recuperamos todos la paz.

—Luego la enterramos. Ahora acabemos de cenar en paz—sentenció Néstor, que siempre sabe cómo actuar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario