viernes, 31 de enero de 2014

La vaca Milkimoo

Nací un día de luna nueva, de madrugada. La tenue luz que emitía el farolillo del granjero que asistió mi alumbramiento me deslumbró. No soy capaz de recordarlo, pero me han dicho muchas compañeras que mi madre lloró de decepción al percatarse de mi trapío: hembra y negra como aquella noche. Igualita que mi padre.
Ella, vaca frisona y ganadora irredenta en concursos de vacas lecheras, deseaba que yo fuera un toro bravo que vengara la muerte de mi difunto padre, Lucerito.
¡Si al menos hubiera sido blanca o manchada! Pero no, negra como el carbón. Mi semblante me apartó del resto de la manada de por vida, pues siempre me encontraron poco femenina. De nada servía que intentara decorar mi semblante con hojas y flores, el resto de vacas me hicieron siempre el vacío, alegaban que parecía un toro.
Por mera supervivencia, me cultivé. Leía a escondidas, primero novelas juveniles bovinas, luego literatura rumiante y luego me cautivaron los clásicos astados. Aprendí inglés, francés y alemán por si algún día iba a parar a Suiza, paraíso vacuno y fiscal. Y, a pesar del evidente rechazo al que me tenían sometida mis compañeras de granja, cuando me reflejaba en el abrevadero me encontraba resultona.
Nuestra granja estaba delimitada por una valla que lindaba con una dehesa en la que pacían toros bravos. Aunque no interactuaban entre sí con la camaradería que lo hacían las vacas, era evidente que había un toro singularmente distinto, si se me permite el pleonasmo. Ni tenía la bravura del resto ―más bien era manso tirando a melifluo―, ni su trapío era apabullante y, además, era ensabanado. Sí, su pelaje era blanco como la luna. Se llamaba Soleado.
Por los vacíos que dejaban los troncos de las vallas intercambiábamos miradas huidizas y un flirteo digno de elogio. No obstante, las burlas de nuestros respectivos colegas intimidaban aquel amor incipiente. De manera que decidimos encontrarnos de noche. Charlábamos horas y horas bajo el cielo estrellado, y rozábamos nuestros hocicos con gestos que hoy me parecen pusilánimes, hasta que una noche empezamos a hablar del grandioso Italo Calvino y entramos en un celo irresistible. Soleado saltó la valla y bajo la luna llena y como fruto del amor, me hizo un ternero.
Nos planteamos huir a Suiza, allí seguro que no tendríamos que soportar el escarnio bobino y bovino. Podríamos formar una familia y ser felices toda la vida, sin el temor de que llamaran a filas a mi torito bueno y no volviera a verlo nunca más.
El granjero alumbró aquel alumbramiento, si se me permite la iteración ―que no redundancia―, con el mismo farolillo con el que me trajo al mundo. Bajo una luna creciente nació un becerrito cárdeno y manso, que los siguientes días se alimentó de calostros. En la intimidad de la lactancia noté algo extraño: mi leche era… oscura. Pero mi hijito, al que llamamos Chesterton, ganaba peso por momentos y se veía un becerrito feliz.
Al poco tiempo, cuando mi granjero vino a ordeñarme se llevó una sorpresa: mi leche era oscura porque tenía chocolate incorporado. ¿Acaso era yo la vaca de las ubres de oro? ¡Pues parecía ser que sí! El granjero me subió a una furgoneta y me apartó de Chesterton, de Soleado y del que había sido mi hábitat toda mi vida. Los ojos de mi torito amado expresaban ternura hacia su ternera y yo tenía el presentimiento de que iba a volver pronto.

Así fue, mi granjero no me vendió a mí, sino la patente del alimento de mi hijo. Cuando volví a la granja, actué con normalidad, es decir, sin comunicarme con nadie excepto con mi becerro, me encontré a escondidas con Soleado y huimos llevando a nuestro vástago en un cestito de mimbre suspendido de un palo que sujetábamos con nuestras bocas. Sólo teníamos que acabar de cruzar los Pirineos. Una vez conseguido, buscaríamos los Alpes suizos guiados por nuestro instinto y empezaríamos una nueva vida, plenamente feliz. La silueta de nuestra familia se fue empequeñeciendo hasta desaparecer de aquel escenario de tristes recuerdos que ponía en peligro nuestra supervivencia. 

2 comentarios:

  1. Vaques llestes i decidides. Felicitats M.J. M'hauràs de donar classes.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gràcies, Joan. Però potser les classes me les hauràs de donar tu.

      Eliminar