Roda el món i
torna al Born (I)
Nuestro guía preferido,
Mariano, nos lleva al Born a explicarnos leyendas, Historia, rincones mágicos y curiosidades de este lugar
tan especial que, como el ave fénix, ha resurgido de sus propias cenizas.
El punto de
encuentro es la plaza de l’Àngel, que recibe su nombre por una leyenda.
Antiguamente,
donde hoy está ubicada la iglesia de Santa María del
Mar estaba la iglesia de las Arenas, que recibía ese nombre
porque la arena de la playa llegaba, más o menos, a esa altura. Jaume I el
Conqueridor amplió las murallas de Barcelona, pues la Barcelona romana se había
quedado muy pequeña. Entonces se construyó el Born. La parte antigua se había
convertido en una parte pasiva de la ciudad, más burocrática y funcionaria, mientras
que el Born se convertía en zona emergente donde se asentaban gremios y
talleres. Barcelona exportaba trigo y la actual plaza de l’Àngel se llamaba la
Plaza del Trigo y era más grande que la actual, porque la Via Laietana no
existía. En la iglesia de Santa María del Mar
estaban los restos de Santa Eulalia y entonces, un día, se trasladaron a la
Catedral. Fue un acontecimiento muy sonado, vino el rey y numerosos obispos.
Los restos de la copatrona mártir estaban siendo trasladados hacia la Catedral
cuando, de pronto, al pasar por la plaza del Trigo la caja empezó a pesar mucho
y los mismos portadores que la llevaban no podían con el peso. Extrañados,
intentaron levantar la caja varias veces, pero era como si una fuerza
sobrenatural la empujara hacia el suelo. Entonces se apareció el arcángel San
Gabriel y apuntó con el dedo a un obispo. Éste, avergonzado, reconoció haber
robado un dedo del pie a Santa Eulalia, lo devolvió y desde entonces la
copatrona descansa en la Catedral de Barcelona. Como recuerdo de esta leyenda,
en la Plaça de l’Àngel hay una estatua de Santa Eulàlia apuntando con un dedo.
Empezamos la
ruta en la calle Argentería, que antiguamente se llamaba la Calle del Mar,
porque llegaba hasta allí. Giramos a la izquierda y encontramos una carassa.
Quedan muy pocas y allí donde están situadas, en su día hubo un prostíbulo. En
épocas en que el analfabetismo proliferaba era absurdo poner rótulos y los
prostíbulos se anunciaban con carassas, que no siempre tenían la cara de una
mujer, podían ser de hombre, también.
Las prostitutas
estaban protegidas por la Iglesia y trabajaban todos los días del año excepto
el día de Corpus Christi. Ese día se recogían en un convento situado detrás del Hospital
de la Santa Creu, donde acababan sus días al hacerse mayores.
Nos dirigimos
hacia la Placeta d’en Marcús. Bernat Marcús fue uno de los primeros
especuladores de la historia de Barcelona. Conocedor de los planes de expansión
de la ciudad, en el siglo XII compró terrenos y quiso construir una capilla, un
cementerio que no se llegó a construir porque habría quedado dentro de la
ciudad y un hospital, que sobrevivió con donativos y se acabó fusionando en el
siglo XIII con el Hospital de Sant Pau i la Santa Creu. La capilla se permitió
construir, se llama “Capilla d’en Marcús o de la Mare de Déu de la Guia, pero nunca se utilizó como tal.
Es de origen
románico y se utilizó durante siglos como oficina de correos por toda Europa y
allí estaban los libros que eran los registros de todos los envíos que se
habían hecho desde allí. Estos libros se salvaron del incendio que asoló
Barcelona en 1824, pero no sobrevivieron al incendio que sufrió esta iglesia
durante la Guerra Civil, a pesar de que
multitud de vecinos se atrincheraron para evitar que se quemara.
En toda esta
zona se empezaron a construir edificios de viviendas de varios pisos, por
primera vez. Y estos pisos, por primera vez, tienen varias dependencias:
habitaciones, cocina… Hasta entonces las viviendas tenían un solo espacio. Los
pisos más bajos son más caros y tienen ventanas más grandes. Cuanto más arriba,
más baratos porque había que subir más escaleras.
También se
aprovechan arcos para ganar espacio en las viviendas.
En la calle
Assaonadors, flanqueada por una estatua de Sant Miquel, patrón de los
comerciantes, se edificaron los dos primeros hostales de Barcelona. Uno, el de
la Bona Sort, sigue en pie, pero como restaurante que mantiene la estructura
original. Se puede entrar y ver dónde se dejaban los caballos y un patio al que
daban las habitaciones. Otro hotel que ya no existe pero estaba en la misma
calle tenía una entrada que se tenía que bajar unos escalones. De ahí la
palabra fonda, utilizada en todos los países de habla hispana.
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