Penoteca
Núria, una de mis gourmetferidas ha vuelto a nacer después
de un susto coronario y lo hemos ido a celebrar por todo lo alto.
Esta vez ha
sido en el restaurante Enoteca, ubicado en la primera planta del Hotel Arts.
Curiosamente le han
concedido dos estrellas Michelín. Tenemos cita para el Celler de Can Roca y ya
hemos probado a Xabi Bonilla y sus delicatessen caseras, por lo que nos faltaba
completar la serie. ¡Pero no hemos triunfado!
No es que hayamos cenado
mal, lo que pasa es que, como dice Nerea, mi otra gourmetferida, faltó el
factor UAU. Ningún plato nos dejó extasiadas de placer y eso es imperdonable en
un dos estrellas. Las comparaciones son odiosas, pero cuando pienso en el
veneciano restaurante Met, pienso que Enoteca tiene que ponerse las pilas o una de las estrellas se convertirá en fugaz.
Vaya por delante que el
local es precioso. Es todo blanco y a través de los cristales de una de las
paredes se ve el final de la calle Marina, alegre y bullicioso en una noche estival. Nos
recibe la directora, nos acompaña a nuestra mesa. Al cabo de una hora se llena
hasta la bandera.
El menú degustación
cuesta (no vale: cuesta) 145€+ IVA. Por ese precio quiero cohetes.
Nos proponen tomar una
copa de cava. Accedemos, es cava Recaredo, vamos bien, pero por las dos copas
nos cobran 25€+IVA. Un abuso.
Decidimos el vino. Más
que la carta de vinos nos traen una enciclopedia. Acordamos que queremos un
vino blanco, así que nos vamos a Galicia, hace tiempo probé As Sortes de Val do
Bibei y me encantó, como me encantó encontrármelo en la carta… pero no tuvimos
suerte, no había. El sommelier nos recomendó otro: Quinta de Buble.
Nos traen los primeros
aperitivos:
Snack crujiente de
piñones, sabroso, pero medio bocadito.
Ensalada Waldorf, la
presentación es de nota, pero el apio se come todo el resto de sabores.
Donut de foie: Presentación
sorprendente, buen sabor, pero para mi gusto falta algo de pan que sustente el
foie.
Siguen los entrantes:
¡Viva México! Guacafoie, Tacos y Chipotle. ¡Cuidado con el chipotle, que hay
comerlo de un bocado porque existe el riesgo de ponernos perdidas. Muy rico y
muy original.
Ahora nos ofrecen dos
tipos de pan, y escogemos el de avellanas. A Nerea le traen uno sin gluten.
Llega el primero de los
platos: raviolis de langosta. Visto y no visto, demasiado escueto, pero rico.
A Nerea le traen atún.
Espardenyes Thai. Muy
ricas… demasiado breve, tal vez por lo ricas que están.
Huerto de verduras con
foie. Muy rico el foie fresco, pero no para estrella Michelín, en cualquier bar
de Pamplona ponen un foie así de bueno, pero mucho más grande.
Arroz a banda. Que venga
la banda, porque este arroz merece un himno. Muy rico, pero muy poco.
San Pedro con risoto de
calamar. Muy buenas las dos cosas, pero escuetas.
Wagyu con diez
contrastes. No sabíamos lo que era guañu, por lo visto es un tipo de carne como
kobe, pero de la madre patria. Rico.
¡Que vienen los postres!
El primero, selva negra. Demasiado pretencioso: la selva negra cuanto más auténtica,
mejor.
El segundo, Tarantino:
blanco por fuera y rojo por dentro. Yogur con coulis de frutas rojas. Un pelín
empalagoso.
Pedimos infusiones y
Roiboos, casi 30 euros por tres infusiones. Eso sí, acompañadas de petits fours.
Nuestro imbatible grupo
tiene un inconveniente: Nerea es celíaca e intolerante a la lactosa, avisamos
con tiempo y, en lugar de tenernos preparada una sorpresa, tuvieron que
improvisar los platos al momento. La pobre se quedó con un solo plato de postre.
Si en lugar de una cena
hubiera sido una comida, nos habríamos quedado con hambre después de pagar 200€
por melena. El chef brilló por su ausencia.
Terriblemente
decepcionadas para un dos estrellas. Mencionamos en varias ocasiones el chuletón que Nerea y yo nos comimos en Pamplona.
La semana que viene…
¡Nectari! A ver si nos deja mejor sabor.
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