Que
conste que se lo merecía
«Siempre el mismo sonado con los mismos sonidos. Es
insufrible».
Susan llevaba demasiado tiempo soportando a aquel
ser insensible. Ser bibliotecaria supone un sinfín de sacrificios, pero aquel
caso estaba llegando demasiado lejos. Por más que lo había avisado, él hacía
caso omiso.
Es un requisito indiscutible que en las bibliotecas
es obligatorio guardar silencio. Sin embargo, aquel sujeto todos los días
molestaba. Si no era la vibración del móvil, era su voz susurrante ―pero no por
ello imperceptible― interrumpiendo al resto de personas. La letra ese
sobresalía en el mutismo de la sala.
Además, no faltaba ni una tarde.
Eran casi las siete. Como todas las tardes Susan
apagó todas las luces y dejó la biblioteca dispuesta para un nuevo día, que
sería el lunes. Se aseguró de haber cerrado la puerta y subió a su bicicleta.
Sabía dónde vivía Oscar Sanderson, porque había espiado su ficha. Sabía que
tenía veintitrés años, que había estudiado Business
Administration y que se pirraba por la literatura rusa, motivo por el que
frecuentaba la biblioteca. Sabía que seguramente después de pasar la tarde en
la biblioteca iría a su casa, y hacia allí se dirigió. El camión de la basura y
el paso distraído de Oscar estaban a punto de encontrarse, bastaba un suave
restregón para hacer inevitable la caída y posterior aplastamiento.
Llevar una vida solitaria es peligroso. Y Susan
sabía bastante de eso. La soledad en ocasiones le proporcionaba malos
pensamientos.
Allí estaba el sonado de Oscar. Y allí estaba el
camión de la basura.
Aceleró el pedaleo y justo cuando faltaban dos
segundos para rebasar al joven molesto le interrumpió una voz:
―¡Susan! ¡Susan! ―Frenó en seco. ¡Maldita sea!
Era el conductor del camión de la basura, que
sacando medio cuerpo por la ventana le espetó:
―¡Qué bueno el libro de Paul Auster que me
recomendaste! Tengo que volver a ir a la biblioteca a que me vuelvas a
recomendar otro.
Susan reflexionó. ¿De verdad quería complicarse la
sosegada vida que llevaba por un ser molesto? Saludó al basurero y se fue a su
casa.
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