Relato
perturbador
Sentada sobre una piedra, junto el río,
Aurora contemplaba el curso del agua y añoraba a su difunto esposo, Tomás. Durante
casi cuarenta años, todas las mañanas le despertó con un «hola, guapa» que le
insuflaba energía para toda la jornada. Fue un marido atento y su pérdida le
producía una soledad terrible.
Aquélla era una tarde de verano y el sol
se filtraba entre las hojas brillantes de los álamos en aquel paraje tranquilo.
De regreso a casa, entre el camino y el río, encontró un cesto de
mimbre cubierto con un delicado mantel ribeteado de encaje. Todavía no era
temporada de setas, por lo que alguien habría olvidado su merienda. Se acercó
al cesto, retiró el mantel y lo que vio le hizo dar un brinco hacia atrás.
Dentro del delicado cesto había una cabeza
humana.
Con el corazón proyectando ráfagas de
pulsaciones se volvió a acercar al cesto para intentar identificar aquella
cabeza y vio que había pertenecido a un hombre joven y bien parecido. Muy bien
parecido. Era la viva imagen de Elvis Presley en sus mejores tiempos. ¡Qué
guapo era! Todavía con el corazón acelerado lo contempló y, de pronto, Elvis
abrió los ojos y le dijo: «hola, guapa».
Conmovida, asió el cesto y
se lo llevó a casa mientras la cabeza cantaba Are you lonesome tonight. No se lo diría a nadie. Quería pasar
el resto de su vida acompañada.
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