Que si quieres
arroz, Catalina
Todo empezó el día en que pillé
a mi vecina Catalina haciéndome un repaso en el ascensor. Como si sus ojos
fueran un escáner analizaban todos los detalles de mi anatomía y mi atuendo. Me
molestaron sus malos modales y le dije:
―¿Qué pasa?
―Haces buena cara. ¿Has hecho
arroz?
Claro que había hecho arroz.
Es mi especialidad. A nadie le sale el arroz tan bueno como a mí. Y no sé qué
me pasa que desde que salgo con el yogurín de Paul mi arroz es insuperable.
Ella me estuvo contando las
bondades de su Thermomix. Parece ser que se trata de un robot que hace la
comida. Vas echando los ingredientes y el robot sabe cómo tiene que procesarlos.
A mí que me perdonen, pero donde esté el fuego y las cazuelas de hierro, que se
quiten las máquinas. Desde aquel día Catalina no paró de insistirme en que
comprara una Thermomix, que todo el mundo que la tenía estaba encantado y no sé
cuántas bondades más. Creo que estaba pendiente de mí y que cuando me oía salir
de casa ella también salía sólo para preguntarme si ya me la había comprado. Y
yo le decía que no, y para provocarla le decía que había hecho un arroz que me
había salido de escándalo. Ella me lanzaba una mirada impregnada de envidia,
pero a mí me daba igual, porque me encanta mi nuevo novio y cómo me sale el
arroz.
Entonces un día vi a Catalina
charlando con una vecina que acababa de trasladarse a nuestra escalera. Saludé
y no me devolvió el saludo, pero no le di importancia. Mientras llegaba el
ascensor pude escuchar la conversación que mantenían: estaban hablando con
fruición de la Thermomix. Por lo visto la nueva vecina también tenía una y
aparentemente tenían mucho que comentar.
Desde aquel día Catalina dejó
de estar pendiente de mí y, no sólo eso, sino que dejó de saludarme. Sólo vivía
por nuestra nueva vecina e ignoraba mis saludos. Por más que intentaba llamar
su atención, nada, que si quieres arroz, Catalina.
La verdad es que me molestaba
que me ignorara, me gustaba más cuando la ignoraba yo.
Y un día decidí tomar cartas
en el asunto y me compré una Thermomix. Compré todos los avíos para preparar un
arroz y me dispuse a invitarla. Estuve pendiente de sus llegadas y salidas,
pero no fue hasta que salió a tirar la basura por la noche que la encontré.
Salí al balcón y le grité:
―¡Catalina! ¡Catalina!
Y no me respondió.
Seguí llamándola
insistentemente, rompiendo en el silencio de la noche, hasta que una voz
masculina me gritó con sorna cruel:
―¡Que si quieres arroz,
Catalina!
Es que la termomix...destruye amistades, ya lo digo yo, que he dejado de ir a restaurantes desde que está en mi vida! Esta Catalina!!!!!!
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