Descripción de personajes mediante pequeños gestos
¡Bingo!
Alexia encontró un trabajo cuando
faltaban dos semanas para agotar su prestación de desempleo. Había estudiado Ciencias
Exactas por devoción y Psicología por afición. Gracias a la primera de sus
carreras consiguió un empleo cantando números en un bingo.
En el fondo le resultaba
humillante el puesto, el proceso de selección y tener que hacer público que las
horas de estudio y su experiencia laboral le habían hecho merecedora de un
trabajo de esa guisa, pero no podía arriesgarse a quedarse sin ingresos. El
encargado del bingo, Alfonso Castro, no pudo encontrar una fisura en su currículum
por más que lo releía mientras éste temblaba en sus manos nerviosas y tapaba
una pequeña parte de su enorme estómago. Sus gafas pequeñas se aguantaban en la
punta de su nariz y sobre ellas unos ojos inseguros y lascivos intentaban fijar
la vista en los de Alexia, pero inevitablemente descendían al escote. Aunque
era consciente de que la candidata estaba sobrecualificada,
decidió contratarla y, una vez firmado el contrato, le pidió que procurara
llevar escotes tan pronunciados como el de aquel día. Alexia supo que trabajar
allí iba a ser un error, pero a lo hecho, pecho. Empezó a trabajar el día
siguiente.
Alfonso Castro la observaba con
un codo apoyado en la barra. Sostenía en la mano un vaso de tubo con bourbon
Four Roses que agitaba de forma mecánica haciendo chocar los cubitos de hielo.
Daba sorbos largos sin quitar la vista de Alexia y se secaba los labios con la
mano. Su mirada era viciosa. Seguro que se mataba a revistas porno en la
soledad de su casa. Llevaba camisas de manga corta con los botones de arriba
desabrochados y mostraba pecho peludo y cadena de oro.
Cuando llevaba una semana
trabajando empezó a identificar a los clientes habituales. Como Andrés Corominas,
un sesentón que iba al bingo ataviado en sus mejores galas, generalmente trajes
claros con americana cruzada. Solía beber coñac del bueno y también quedarse
hasta que cerraban el local. Si había algo que estaba claro era lo mucho que le
desagradaba Alfonso Castro, y ello le garantizó cierta simpatía por parte de
Alexia. En ocasiones se quedaba inmóvil, con la mirada perdida en algún tiempo
pasado tal vez, y jugaba a incrustar el cartón del bingo entre la uña y la
carne de su dedo pulgar. La soledad le había abocado a un mundo disoluto de
juego, alcohol y esporádicos amores meretricios del que sólo podría salir si
encontraba un amor verdadero, pero buscar un amor no estaba en sus planes, y
era una lástima porque de estarlo no pasaría las noches sin levantar la vista
de los cartones y se daría cuenta de la presencia de Carmen. Mucha fachada,
pero su timidez lo había devorado y lo estaba reduciendo a la mínima expresión.
Carmen Merino era una cincuentona
gruesa y peluda. Su pelo recio, negro y abundante era lo que más destacaba de
su fisonomía. Debió ser una mujer de bandera unas décadas atrás, porque quien
tuvo, retuvo y su empaque era de categoría. Le sobraba maquillaje y vestía con
un estilo tan extremado que a veces rayaba en la chabacanería. Se perfumaba en
exceso, pero era evidente que era una mujer limpia como los chorros del oro.
Bebía vino tinto. El de la casa, mismo. Y si la copa dejaba un cerco de agua en
la mesa, lo secaba con una servilleta. Trabajaba haciendo limpiezas domésticas
y su acento era murciano. No se sabía su estado civil, pero por la avidez con
la que miraba a los clientes, estaba claro que necesitaba compañía. Procuraba
dar la espalda a Alonso Castro y evitar a toda costa cualquier tipo de contacto
con él, incluso el visual.
Alexia empezó a aburrirse en el trabajo.
Cantar números se le hacía matemáticamente insufrible y aguantar las indirectas
y las miradas de Alfonso Castro, así como esquivar su mano atrevida después de
unas copas era muy duro de llevar. Aquel jueves su objetivo era sentar a Andrés
Corominas y Carmen Merino en la misma mesa y dejar que Cupido hiciera el resto.
Los jueves solían llenar el bingo y aquel no fue una excepción. Cuando llegó Carmen
no cabía un alfiler y Alexia llamó a una camarera y le pidió que juntara a los
clientes de la mesa de Andrés para que cupiera la murciana con semblante
depredador, pero más mansa que una paloma. Así lo hizo y, aquel día, Andrés y
Carmen salieron del brazo después de haber cantado dos líneas y un bingo, y
nunca más aparecieron por allí.
Todavía quedaba el asunto
Alfonso, que se agravaba por momentos. Alexia conocía este perfil de
psicópatas, y sabía que en cualquier momento se le insinuaría y no aceptaría un
no por respuesta, por ello siempre llevaba el móvil en el bolsillo y grababa
las pocas conversaciones que cruzaba con él. Hasta que sucedió. Por suerte,
Alexia grabó la propuesta de él y la negativa de ella y lo denunció. Por lo
visto atesoraba un extenso historial de denuncias. Alexia ganó el juicio y su
abogado la contrató a tiempo parcial, lo que le permitió acabar la tesis
doctoral. La experiencia binguera le había dado mucho material para
completarla.
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