De
vuelta al futuro
relato futurista
21 de agosto de 2054. Aquella muesca en el
árbol le indicó que habían pasado cuarenta años desde su llegada. Lo que peor
llevaba Joseba no era que tenía que hacer fuego como en la Prehistoria, no. Ni lo
atrapado que se sentía en la selva amazónica, no. Ni los dientes que se habían
quedado por el camino. Lo peor de todo era que, siendo de Bilbao, no podía
contarle a nadie que fue el único que sobrevivió a un accidente aéreo. ¡Con dos
cojones!
En cuarenta años no había encontrado un bípedo
sin plumas ni pelaje y cierto era que había buscado vida humana durante tiempo,
pero cuando tomó conciencia de que la probabilidad de ser encontrado era prácticamente
inexistente en aquel laberinto de lianas, raíces y vegetación indomable, se
relajó, al fin y al cabo estaba acostumbrado a climas húmedos. De modo que,
como buen vasco, se construyó una casa de revista sobre una caoba, para evitar
ataques nocturnos de algún jaguar hambriento. Tenía madera para urbanizar
Euskadi entero, y con algunas piezas del fuselaje se procuró las herramientas
que necesitaba para su proyecto inmobiliario.
Su vida transcurría tranquila, una vez
acostumbrado a no estar con mujeres. En Bilbao era difícil ligar y por eso
había ido a Brasil… ya era mala suerte la suya. Cantaba y hablaba sólo para
evitar que se le oxidara la cavidad bucal y no fuera capaz de articular
palabras si alguna vez lo necesitaba. En ocasiones se daba un bañito, siempre
con miedo de que alguna piraña le mordiera, pero se había ido salvando, acaso
porque no se apartaba mucho de la orilla. Tras el accidente, y antes de
alejarse del lugar del siniestro, recuperó toda la ropa que pudo de las
víctimas y las había ido aprovechando a su manera para proteger, al menos,
algunas partes de su anatomía.
Se tumbó en la orilla y dejó que el sol
secara su cuerpo antes de preparar la comida: tucán con reducción de mango, chuletón
de oso hormiguero, nutria confitada y espuma de coco. Ya tenía el menú escogido
cuando un ruido muy extraño interrumpió su reposo. Este ruido se iba haciendo
cada vez más perceptible, pero no podía reconocerlo. De pronto, sobre el agua,
vio que se deslizaba una embarcación capitaneada por un tipo muy raro; tan
raro, que Joseba estuvo a punto de esconderse.
―¡Eh, tú! ¡Indígena! No tengas miedo, soy
un reportero del National Geographic.
―¿Indígena yo? ¡Si soy ingeniero
industrial! ¡Y de Bilbao!
―¿En serio? Sube a mi lancha solar, voy a
sacarte de aquí y me cuentas todo. Me llamo Borja Mari ―le dijo mientras le
ayudaba a subir a la lancha.
Joseba se mostró reticente. Aquel tipo
raro con pelo de chica y ropa plateada no le inspiraba confianza y la idea de
tener una conversación inteligente con aquel tipejo no pasó por su cabeza. No
imaginaba cómo había evolucionado el mundo en cuatro décadas y, sinceramente, a
estas alturas de la película le traía al pairo. Eso sí, subirse a aquella
embarcación tan llena de receptores le iba a facilitar un revolcón con una
mujer en algún momento, por mal que fuera la cosa. Así que se despidió de su
vida, subió y le contó al niñato cómo habían transcurrido aquellas décadas en
la selva.
―Vamos a comer algo, ¿no?
―¿Tienes hambre? Ahora ya no comemos,
ahora tomamos unas pastillas que tienen todas las propiedades de una dieta
equilibrada. ¿Quieres una?
―¿Pastillas? ¿Coméis pastillas? Las
tomaréis con vino tinto, espero.
―¿Vino? ¡No! Todos los países han
prohibido el consumo de alcohol, porque hace decir la verdad, y ya no se puede
opinar, simplemente hay que obedecer las pautas. Ahora tomamos zumos envasados.
―In
vino veritas.
―¿Qué? ¿En qué idioma hablas?
―En latín, ignorante. Oye, llévame a algún
sitio donde haya mujeres. ¡Llevo cuarenta años sin sexo!
―¿Para qué? Ahora ya no se tiene sexo.
Ahora tomamos unas pastillas que proporcionan la misma sensación de placer y
son más asépticas.
―¿Qué? ¿Estás de broma? ¿Me estás diciendo
que nunca has mojado el churro?Es igual, déjalo. Oye, ¿y cómo os
conocéis los chicos y las chicas ahora?
―Mediante unas gafas con las que te
desenvuelves en un entorno virtual. Tú eliges dónde quieres estar y, al ponerte
las gafas, te da la sensación de estar allí. ¿Las quieres probar?
―¡Quita, quita! Donde esté una moza que se
quiten las gafas.
De pronto, el joven pulsó un botón y subió
un cristal a modo de parabrisas. El cristal era una pantalla táctil que le
conectó visualmente con el resto del equipo, todos con el mismo aspecto
asexuado del chaval. Joseba no supo distinguir a los hombres de las mujeres.
Eso sí, pudo ver reflejada la maraña en que se había convertido su escasa cabellera
y el penoso aspecto de su boca mellada.
―Una vez lleguemos con los compañeros, si
quieres, te podemos teletransportar a Bilbao. Tenemos un teletransportador y,
si te metes dentro, apareces en otro aparato igual en cualquier otra parte del
mundo.
―¿En tu equipo hay mujeres? Debo estar
fatal, porque no las he sabido distinguir.
―¡Claro! Es por la ley de igualdad.
―Oye, mira, Borjita, vas a dar la vuelta a
la barquita, me vas a dejar donde me has encontrado, te voy a dejar que me
hagas fotos, pero no que le digas a nadie dónde estoy, te voy a hacer una
comida que te vas a chupar los dedos y luego… guiris go home.
Y así acabó la historia. Joseba vivió
feliz en la selva, Borja Mari tomó su embarcación después de un banquete de
mucha categoría y los lectores del National
Geographic pensaron que aquellas fotos eran un montaje.
Joer si no hay sexo me quedo con el de Bilbao eh!! jajajajaa buenisisimo el relato como me he reídooooooo
ResponderEliminarJeje... gracias. ¡Y eso que cuando lo escribí todavía no había visto "Ocho apellidos vascos"!
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