La cena de los psicópatas
Néstor, el
sempiterno delegado de clase, nos convocó, una vez más, a todos los compañeros
de promoción. Es un detalle por su parte, desde luego, porque tiene mérito
organizar este encuentro en su casa desde hace más de veinte años, coincidiendo
con la castañada.
En general,
salvo cataclismo, acudimos a sus convocatorias y él nos restriega por la cara
lo feliz que es siendo, todavía, el soltero de oro. Los demás nos hemos casado,
algunos nos hemos divorciado y una sigue soltera: Ágata. Y no nos sorprende a
nadie, porque es una plasta de mucho cuidado. Menos mal que soy un hombre
equilibrado y sensato, porque de lo contrario la enviaría a freír espárragos.
El problema es que como Néstor es quien organiza el encuentro y lo hace siempre
en su casa, nos da apuro pedirle que la excluya de estas reuniones. En fin, una
vez al año no hace daño.
A mí nada me
irrita, excepto las faltas de ortografía, la ausencia de coma delante del
vocativo y los gerundios de falsa continuidad. Por lo demás soy una persona
moderada.
Ágata tiene
una voz estridente que se introduce por el oído como un punzón y se clava en
las meninges produciendo un terrible eco. Sólo habla de banalidades y tiene una
coletilla insoportable que repite al acabar cada oración simple: «¿me
entiendes? ¿me entiendes? ¿me entiendes?». Así todo el rato. Suerte que soy un
hombre comedido y reprimo mis respuestas.
Todos
evitamos sentarnos con ella, pero, claro, a dos de nosotros nos toca tenerla
cerca y arriesgarnos a que nos reviente el tímpano en alguna de sus
intervenciones, por cierto, frecuentes. Menos mal que a mí lo único que me
irrita son los perros que ladran sin parar, los vecinos que dejan la puerta
abierta, los jóvenes que reposan sus pies en el asiento delantero del tren o del
autobús y los debates de la televisión. Por lo demás, soy una persona moderada.
Aunque mi exmujer piense lo contrario.
Pues bien,
este año Ágata insistió hasta el aborrecimiento en que, en lugar de castañada, viniéramos
disfrazados de Halloween. Yo tolero todo menos las fiestas extranjeras: Saint
Patrick, San Valentín, el Black Friday, los baby
showers… ¿qué será lo próximo? ¿Acción de gracias? En fin, Ágata estaba pesada como una mula y accedimos
a disfrazarnos. Yo tolero todo menos los tatuajes y los disfraces, por lo demás
soy un hombre moderado, pero por no oírla fui a una tienda de éstas de preparar
fiestas, me compré una sierra de plástico y me puse la bata blanca que me pongo
en las consultas de mis pacientes. Con un poco de salsa de tomate conseguí que
pareciera salpicada de sangre y al mirarme en el espejo del recibidor pensé que
si no supiera que soy una persona tan moderada, a pesar de que mis psiquiatras
no piensen lo mismo, hasta podría parecer un psicópata.
Aunque
llegué puntual, los bandidos de mis amigos habían llegado antes y se habían ido
sentando juntos, abortando cualquier posibilidad de tener cerca a la
insoportable Ágata. Aquello era un cromo, todos vestidos de majaras. Entonces
llegó ella, el epítome de las psicopatías, vestida de novia cadáver. Acababa de
llegar de unas vacaciones en Roma. ¡Oh, Roma! ¡Qué fuerte! Vives al límite,
chata.
Sus ganas de
contar los pormenores del viaje eran inversamente proporcionales a las mías de escucharlos, pero ella insistía
y me preguntaba agarrando mi brazo para acaparar mi atención: «¿me entiendes?
¿me entiendes? ¿me entiendes?». Yo miraba a Néstor con mensajes de auxilio, porque
él siempre sabe cómo actuar, pero ella seguía agarrando mi brazo y hablando sin
parar. Yo tolero todo menos los berridos y que me toquen para retener mi
atención, y me importa un bledo lo que piensen los demás, así que, después de
dos horas de tortura, Néstor me dio una pala de hierro y me preguntó: ¿te la
cargas tú o me la cargo yo?
Como soy un
hombre sensato y no quería arruinar la noche, les pedí a Ágata y a Néstor que
me acompañaran al jardín trasero a buscar troncos para la chimenea y, una vez
allí, de un golpe y en presencia de Néstor, recuperamos todos la paz.
—Luego la
enterramos. Ahora acabemos de cenar en paz—sentenció Néstor, que siempre sabe
cómo actuar.
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